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viernes, 13 de diciembre de 2013

Relato: "Solo un deseo".

Práctica: 6
Fecha: 22 de Noviembre de 2013


Solo un deseo.

Al sonar la última campanada, todos aplaudieron, terminaron de tragar la doceava uva. Víctor miró a Valentina; a ella se le llenaron los ojos de ilusión, sintió que la miró como nunca antes lo había hecho, ni él ni nadie, y de pronto supo que quería ver esa mirada cada día, una y otra vez. Él se acercó, ella empezó a temblar. Él susurró: “si me dejas, Dos mil catorce será nuestro año, te lo prometo.”


Era Octubre de 2013 y Valentina paseaba por la Gran Vía madrileña dirección Plaza de España. El día ofrecía una mañana soleada, la temperatura era perfecta, pero la discusión que tuvo anoche con Víctor no podía parar de dar vueltas por su cabeza.

Ella, con veintiocho años recién cumplidos, era una chica delgada de estatura media. Columnista de una revista de moda, una chica muy alegre. Si algo caracterizaba a Valentina era su sonrisa, casi nunca se apagaba, pero esa mañana no hubo forma de encenderla.

Víctor, un joven publicitario de 35 años, trabajaba como creativo en una de las agencias más importantes del país.

Al llegar a Plaza de España le encontró sentado en el borde de la fuente, sonriente, con el periódico en la mano. Se acercó a él y le besó en la mejilla. Se sentó a su lado mientras él preguntaba cómo se encontraba.

Valentina se encogió de hombros y acercó la mirada al suelo.

- No lo sé. -  dijo ella. - Estoy destrozada. Ya nunca estás. Y cuando estás solo es para gritar y discutir.

- Es culpa mía, estamos nerviosos. Sabes que en el trabajo las cosas no van bien. - justificó Víctor.

La situación era complicada, en la empresa de Víctor estaban despidiendo a mucha gente y el departamento de creatividad no podía abarcar todo con tan poco personal.
Normalmente Víctor mostraba mucho interés por su trabajo, a veces llegaba a parecer que era su única preocupación.

Valentina se mudó a Madrid al terminar la carrera, a principios del año 2008, cuando fue contratada en prácticas para la redacción. Siempre fue una chica muy enamoradiza. Al llegar a la capital tuvo que superar su última ruptura, algo que no fue nada sencillo, y año y medio después conoció a Víctor en una fiesta por el aniversario de la revista en la que trabajaba.

Esa noche ella llevaba un vestido negro, discreto, sin apenas complementos y como peinado el pelo suelto, muy sencillo. No estaba entusiasmada por salir aquella noche, había tenido un día complicado con viejos recuerdos, pero acudió. Tomaba unas copas con sus compañeros cuando se acercó a ella un chico alto, vestido de chaqueta y bastante guapo, con algo de barba desenfadada.

- Hola, soy Víctor ¿También invitada a la fiesta?
- Encantada, yo Valentina. Sí, trabajo en la redacción.
- ¡Ah! ¿Sí?
- Columnista, desde hace casi dos años.
- Encantado, soy uno de los publicistas que ha llevado la campaña del aniversario.

Valentina sonrió, le acercó la mano a la espalda en gesto amable:

- Bien, luego nos vemos. - dijo ella.
- ¿Seguro? Entre lo vergonzosa que eres tú y lo tímido que soy yo lo veo complicado.- respondió Víctor.
- Bueno, si quieres podemos tomar una copa. - Valentina cayó en su juego.
- Claro, adelante, tu primero.

Empezaron a conocerse; su profesión, procedencia, gustos musicales… cuando quisieron darse cuenta habían pasado cerca de dos horas y la fiesta a su alrededor se estaba empezando a animar. Valentina propuso ir a bailar con sus compañeras, él abrió paso entre la gente y dejó que ella disfrutase de la fiesta con su gente.

Pasó un tiempo y Víctor se acercó de nuevo a Valentina, tomó su mano y le pidió un beso.

- Claro.- respondió ella.

El tiempo pareció pararse. Pasaron la noche bailando, riendo y disfrutando el uno del otro. Al terminar la fiesta la gente se fue retirando. Valentina, indecisa, titubeó con querer continuar la noche y propuso tomar la última copa en su casa.

Vivía en el centro, en pleno barrio de Malasaña. Un pequeño piso de una habitación con una bonita terraza. Al entrar sacó un par de cervezas, que tomaron de pie en la terraza mientras hablaban de los últimos lugares dónde habían viajado. Valentina comentó que siempre quiso conocer la Toscana, pero aún no había tenido ocasión.
Víctor se acercó a ella y volvió a besarla. Pronto pasaron al dormitorio, y al despertar él supo que quería conocer más acerca de esa sonriente mujer.

Valentina se levantó y preparó café para dos. Pensó en todo el tiempo que llevaba utilizando la cafetera pequeña y en que, quizá, por fin podría guardarla.
El teléfono de Víctor sonó en la habitación.

- ¿Diga?, si. Vale, sin problema. En treinta minutos estoy allí. Tranquilo, si, todo controlado.

Colgó el teléfono.

- Tengo que irme, se ha complicado una campaña que sale mañana. Me ha encantado conocerte. Te llamaré pronto.
- Suerte, pasa buen día. - Se despidió Valentina acompañándole a la puerta.


Y así fue, Víctor llamó al día siguiente, y al siguiente… y pasaron los meses y Valentina seguía usando la cafetera de dos tazas. En el cuarto de baño había dos cepillos de dientes y en la mesita de noche ya no solo estaba la pequeña lámpara beige, también la foto que hicieron con el móvil de Víctor la noche en que se conocieron.

Empezaron a compartir su vida, sin compartir piso. A compartir sus pasiones pero respetando sus espacios. Respetándose el uno al otro.

Llegó diciembre de 2012 y las cosas empezaron a complicarse en la agencia donde trabajaba Víctor. Los nervios quemaban todo, y su relación con Valentina flojeaba. Ella no era capaz de calmar la situación y comenzaba a ser insostenible. Esas navidades fueron difíciles para la pareja, decidieron darse un tiempo durante las fiestas.
A la llegada del nuevo año, al salir del trabajo una fría tarde de enero nevando, Víctor tropezó con una mujer rubia de pálida tez, bellísima. Al chocar ella parecía brillar y le miró a los ojos fijamente.

- Puedo concederte un deseo, si lo deseas con fuerza, se cumplirá. - dijo la mujer.

Víctor rió, nunca creyó en las supersticiones, ni en la suerte, ni en los deseos, ni muchísimo menos en que una desconocida pudiese concederle nada.
Continuó su camino y al llegar a casa abrió una cerveza, se sentó en el sofá y comenzó a pensar en aquella mujer. En sus palabras.

- Un deseo... si tuviese que elegir algo para que se cumpliese, ¿qué sería? - pensó.

Llamó al restaurante oriental que tenía a dos calles paralelas y pidió una ración de pollo al curry a domicilio. Cenó y pensó que su mayor deseo ahora mismo era continuar con su trabajo.

- ¿Por qué no? - pensó en voz alta. - ¡Vamos! Deseo seguir en mi trabajo. ¿Serás capaz de concederlo señorita? ¡Quiero poder seguir trabajando en la agencia! ¡Es mi mayor deseo! - No paraba de gritar.

En ese momento sonó el teléfono. Llamada entrante: Valentina.

- Ya me parecía... - Pensó Víctor en un tono elevado. - ¿Hola? - Descolgó el teléfono.
- Hola, ¿cómo van las cosas? - preguntó tímida.
- Igual, ya sabes. ¿Tú?
- Bueno, bien. - se produjo un silencio incómodo. - ¿Haces algo mañana? - preguntó con miedo a recibir una mala respuesta por parte de Víctor.
- Trabajo, como siempre. Pero si quieres tomamos algo al salir.
- Me encantaría, si puedes.
- ¿A las nueve en el bar de la esquina de tu casa?
- Perfecto, allí nos vemos. Hasta mañana.
- Adiós. - se despidió él.


Al día siguiente se complicó una campaña. A 24 horas de salir un cliente decidió que las gráficas eran demasiado vulgares para ser impresas. Seguramente su mujer se había negado a que no apareciese su sobrina como modelo, o cualquier otra excusa absurda.

El director llamó a su despacho a Víctor.

- Enseguida, Mario. Dame cinco minutos, por favor. - Respondió.

Víctor fue al baño a relajarse, se temía lo peor.

- ¿Un deseo? ¿Un único deseo? ¡Estupendo! ¡Maldita sea! - gritaba mientras recorría el baño de un lado a otro.

Se lavó la cara, respiró hondo y avanzó hacia el despacho de su jefe. Llamó a la puerta.

- Adelante, Víctor.
- Buenos días, ¡Cuéntame!
- Sabes cómo están las cosas aquí, ¿verdad?
- Sí, lo sé. Claro que lo sé. - Respondió Víctor.
- Me encantaría dejar de recortar plantilla, pero me es imposible. Tío, llevo días intentando cuadrar esto, pero no hay por dónde cogerlo. ¿Y qué hago? Ya tenemos a los becarios sin cobrar. ¡Y bastante me duele!.
- Ve al grano, Mario, por favor, tenemos una mañana difícil en creatividad. - cortó Víctor el monólogo de su superior, sin saber lo que venía.
- Sí, tienes razón. El caso es que podría prescindir de algunos, pero no de ti. Te necesitamos dentro del equipo, Víctor, y si estás dispuesto a cobrar un pellizco menos, me gustaría renovar tu contrato y hacerlo indefinido de una vez por todas.

Víctor no daba crédito a las palabras del director.

- Claro. Bueno ¿A cuánto bajaríamos mi sueldo? - Pensó Víctor.
- Lo bajamos unos 200 euros de lo actual. Es lo mínimo que tengo que tocar, de verdad.
- Acepto, acepto. Sin pensarlo. Me quedo. Sabes lo que me gusta mi trabajo.

La campaña del día salió adelante. Víctor salió a las nueve de la agencia y mandó un whatsapp a Valentina: “Tardo 15 minutos, acabo de salir.”
Corrió por las calles de Madrid. Y al salir de la boca de metro allí estaba ella, Valentina, tan sonriente como siempre. Le dio un tímido beso en la mejilla.

- ¿Cómo estás? Te veo guapísima.
- He tenido momentos mejores, pero no está mal. Gracias. - respondió ella algo confusa.

Fueron al bar de siempre, tomaron unas cañas y Víctor le contó lo que había pasado.

- Claro, y ahora tú, agnóstico de ti, crees en que una rubia pálida te haya concedido el deseo de trabajar ahí.- dijo entre risas Valentina.
- ¿Por qué no? ¿Por qué iban a quedarse conmigo sino?

- Víctor, pues porque das la vida por estar ahí. Eres el último que sale de esa empresa y el primero que entra al día siguiente, y todo sin pedir nada más a cambio. Que las cosas salgan bien ahí dentro es tu única preocupación. Esa es la virtud que permite que te quedes y el error que hace que el resto de cosas te vayan tan mal. Ni si quiera piensas en ti. - Respondió enfadada.

Se produjo un largo silencio, Víctor no sabía bien qué debía decir. Pensándolo bien, ella tenía razón. Llevaba años metido en esa oficina y sin preocuparse por nada más.

- Me alegro por ti, de verdad. Pero no creo que nada funcione entre nosotros si sigues pensando solo en trabajar. Que fueses una persona responsable es algo que me enamoró de ti, pero se te ha empezado a ir de las manos.

Víctor prometió aquella noche que las cosas cambiarían. Y vaya si lo intentó.
Los recortes en la agencia acumularon más trabajo, las relaciones dentro del departamento empezaron a romperse. Cada día salía más tarde. Pasaron casi nueve meses y Valentina empezó a estar cansada de cenar sola.
Una noche, él llegó dos horas tarde a la cita y Valentina se marchó dejándole un mensaje en el buzón de voz: “Se acabó, sabía que las cosas no podrían cambiar.”

Al llegar al bar y ver que no estaba, escuchó el mensaje. Tiró el móvil al suelo y quedó destrozado. Salió rápido del bar hacia la casa de Valentina. Llamó repetidas veces al timbre hasta que ella abrió. Tenía los ojos llenos de lágrimas, la nariz roja y envuelta en su bata de invierno se secaba las mejillas con las mangas de la misma.

- ¿Qué quieres Víctor? – preguntó.
- Lo siento, de verdad que lo siento. No he podido hacer nada. Fue ese maldito deseo.
- No, olvídate del deseo. Olvídate de todo. Eres tú, tienes un problema con el trabajo. Quizá otra persona pueda soportar una relación así. Pero yo no, yo te necesito conmigo y está claro que no puede ser.

Ella cerró la puerta de golpe. Él gritó desde el otro lado.

- Déjame arreglarlo. Mañana es sábado, vamos a pasar la mañana juntos. Por favor. Vamos a hablarlo.
- Mañana nos vemos. En plaza de España a las doce del medio día. Vete ahora, por favor. – Dijo llorando apoyada al otro lado de la puerta.
- Lo siento. – Suplicó él.

Y ahí estaban, al día siguiente, la mañana de octubre en Plaza de España, acabando con algo que ambos necesitaban mantener.
Cuando Valentina tomó la decisión de terminar con aquello se levantó, Víctor agarró su brazo y suplicó que no se fuera. De pronto el tiempo se paró. Todo permanecía inmóvil alrededor de Víctor. Él asustado comenzó a mirar a los lados y a lo lejos vio a aquella mujer rubia acercarse hacia él, vestida de blanco, pálida, espléndida y preciosa, como la primera vez.
No entendía nada.

- ¿Qué está pasando? ¿Quién eres tú y qué quieres de mí? – preguntó gritando.
- Cometiste un error pidiendo el deseo equivocado.
- ¡Déjame! ¡Por favor, devuélveme la vida normal! ¡Devuélveme a Valentina! – suplicó llorando nervioso.
- Has aprendido que lo importante es tener a los que quieres al lado, y para ello tú también tienes que estar para ellos. – aconsejó la mujer.
- Haz algo. Haz que no se vaya.
- No puedo actuar sobre la decisión de una persona. Pero puedo ayudarte si deseas algo con fuerza.
- Deseo que pase este horrible año. Que llegue el día 31 de diciembre de 2013. Y poder arreglar esta situación. – imploró.

Cerró los ojos, lo deseó con fuerza y al abrirlos estaba delante de la puerta de casa de Alex y Eva, un par de amigos que tenía en común con Valentina, con los que ya habían quedado para pasar la noche del 31.

-  Hola, traigo una botella de champagne, para brindar después.
- Perfecto tío, gracias. Pasa. Está Valentina en el salón con Eva. – Está preciosa.

Víctor entró en el salón, era la primera vez que se veían desde octubre. Para él el tiempo no había pasado. Para los demás sí.

- Hola Valentina, estás preciosa.
- Gracias. ¿Qué tal te ha ido estos meses?
- Bien, bien… Tendremos que ponernos…al día. – La situación era extraña para él.

Cenaron los cuatro juntos, rieron y bebieron. Llegó la hora de las campanadas. Eva trajo cuatro cuencos con doce uvas cada uno, preparadas para la ocasión. Las uvas de la suerte. Sonaron los cuartos.

- ¡Acordaos de pedir un deseo! - Gritó Eva.
- Solo deseo que me perdone. - pensó Víctor.

Comenzaron a sonar las campanadas.

- ¡Una!
- ¡Dos!
- ¡Tres!
- ¡Cuatro!
- ¡Cinco!
- ¡Seis!
- ¡Siete!
- ¡Ocho!
- ¡Nueve!
- ¡Diez!
- ¡Once!
- ¡Y doce! ¡Feliz año nuevo! -  Gritaron todos mientras aplaudían.


Valentina sonrió, le besó y susurro: “Dos mil catorce y los del resto de nuestra vida.”


¡Cuidado!

Los deseos se pueden cumplir.



2 comentarios:

  1. Sin ninguna duda para mí el mejor del Blog hasta el momento.

    Me quedaré con las últimas palabras: ¡CUIDADO! los deseos se pueden cumplir... espero en menos de un año poder decirte: Mi deseo se ha cumplido Paula :)

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    1. Estaré encantada de poder escuchar eso :)
      Gracias por leer-me.

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