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sábado, 15 de febrero de 2014

Satisfacción

Vale, de acuerdo, no sé lo que quiero. Pero probablemente el 99% de la población tampoco lo sepa, así que ¿dónde está el problema?

Te cuento; soy de esas que cuando come un yogur con mermelada de frutas, decide que no se acaba hasta que no mete el dedo, o media cara, dentro del envase para dejarlo limpio, y se mancha la nariz, siempre. Y claro, eso saca de quicio a cualquiera.

De las que antes de salir del baño después de una ducha, saca la cabeza por la puerta para comprobar que no hay nadie por el pasillo, y sale desnuda corriendo hacia la habitación con el fin de que nadie la vea, pero se tropieza. Y la ven, claro que la ven.

De las que canta durante todo el día: canta canciones reales, canciones que se inventa; canta mientras escucha música, canta mientras se ducha, canta lo que hace y canta lo que cantaría un perro mientras lo ve caminar. De las que bailan hasta las canciones más absurdas.

De las que se enamora dos veces al día y pone una banda sonora a cada encuentro. 

De las que se desquician por cualquier estupidez y finge que no le importan las cosas importantes, pero no se avergüenza de que le importen las absurdas, ¿por qué? ¡Ay, yo qué sé!

De las que pierden el tiempo buscando durante horas figuritas en el gotelé. Una vez encontré un avión, otro día una bailaora, y en otra ocasión un corazón.

El día que encontré el corazón, tomé una decisión. Así que puedo decir, que también soy de las que echan a “cara o cruz” las decisiones importantes, y así me va de bien.

¿Y a qué venía todo esto…? Pues a que no sé lo que quiero, pero sé que soy una petarda. Con buen corazón, eso sí.

Supongo que inconscientemente, me gustan las cosas complicadas, son como más divertidas, o algo así. Las elijo sin querer, ni si quiera las juego a cara o cruz;  y no es por valiente, más bien por estúpida, por imbécil.

Menos mal que, a pesar de saber algunas de estas cosas, no salió corriendo y que yo aún me sigo alegrando cuando se acuerda de que sigo al otro lado del teléfono.

Fue genial subir a la calle y que ahí estuviese él, con su sonrisa. Tan guapo como le recordaba. Parecía sacado de una de esas películas. Comprobando no tener ningún mensaje nuevo y esperándome. Ni más ni menos que a mí; precioso privilegio.


Ese día encontré la posición donde hay menos peligro de que todo se me caiga encima, creo que fue en el momento en que sonaba Leiva “… que no puedo aguantar tu mirada más”, encontré paz. Por fin.



"Qué maravillosamente oportuno." 





Ilustración: Sara Herranz

2 comentarios:

  1. A mí esas chicas de las que hablas como si fuesen corrientes, me parecen bastante originales.
    Como tú dices: petardas, pero de buen corazón.
    Me ha encantado leerte.

    http://www.azucarycenizas.blogspot.com.es

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    1. Muchas gracias por tu comentario.
      Un honor haber sido leída :)

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