Me comiste la cabeza
mientras me agarrabas los labios,
y fue como soplar un diente de león
que cumple todos tus deseos;
y los míos, si cierro los ojos.
Y la luz bajó su intensidad,
o fuiste tú
para enseñarme las constelaciones
que habías inventado,
porque el cielo estaba cerrado
aquella noche.
Aquella noche
la suerte
vino desnuda,
clandestina,
con ganas de quedarse;
dibujando tu sonrisa con vistas al mar.
Y mis ojos
pasaron a ser el balcón
para imaginar tempestades,
que pasen mientras morimos de risa
por las cosquillas de la punta de tus dedos
en la comisura de mis besos.
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